Vuelco

Odio cuando nos toca Roma.
Todavía no tienen dominado el alcantarillado, y los baños dan una falsa impresión de higiene.
El recorrido por la India, el cáucaso, todo me gusta más que ese sucio pozo que era Roma.

Entre vaso y vaso, y sin previo aviso viajamos de tiempo en tiempo y pueblo en pueblo con la libertad del trazo de un niño. A veces vamos todos a una, otras nos encontramos, tal vez, en un punto medio; o de vuelta en un salón humeante con canciones añejas y burbujeando recuerdos.

Aunque no es un secreto, no lo predico a los cuatro vientos, pero adoro el tiempo de las ágoras y los debates. La tibieza del clima y el sofocante calor de los espacios semicerrados. El discurso persistente cambiante sin equipo ni bando.

Atesoro estos momentos. El cambio, el retroceso con avance, el escalonado consumo de instantes.
Siempre se echa en falta a alguien, por supuesto, a todos nos pasa; que se transfigura entre viaje y viaje como un fantasma sin cuerpo.

Tolero entonces un poco la nostalgia, desagradecido compañero, y contemplo los reflejos del cristal; reflejo de todos los tiempos: arena pulida, mentiroso recuerdo. Tomo un sorbo, os miro, y estamos todos, sin lugar a dudas viajando, sin mover ninguno los pies del suelo.