Caracola
Por fin salió del agua, desde ninguna parte.
Antítesis de náufrago sin recuerdo de tierra o mar, de ropa mojada o piel desnuda.
En la playa, en la orilla, prólogo de isla que vaticina todo encuentro sin domesticar de tierra y mar, un maravilloso hallazgo le distrae, le cautiva.
Con sus manos acaricia la curvatura de su forma, con su índice persigue el orificio que la corona, incendiando con sus movimientos y el reflejo del sol los destellos de su concha. Que se ilumina y se apaga, que lo fascina y extraña.
Sentenciado por las luces y las texturas se le escapa, en todo su entendimiento, que aquel orificio que se traga la luz sin piedad esconde en realidad una magia sonora y distante. Y en su ignorancia se regocija inconsciente ante las grandes maravillas que entraña aquella pieza que sostiene en una mano, tan brillante, y que reacciona a su contacto; silenciosamente lo va anclando en el silencio más profundo de las olas que rompen contra la playa. Que, ya casi, se ha desvanecido en el olvido.