Tan pronto se abre paso el sol, progresivamente, como un suspiro o las mareas, con imperceptibles señas entre dos instantes que se nos alejan; se levantan todas las cosas del día aquí en la tierra. Trompican los pájaros en el cielo y se desperezan los girasoles. Transpira la hierba, reposan las estrellas y el caracol recomienza su odisea al horizonte. Se destapan los hombres junto a otros hombres y mujeres sobre algún lecho, y poco a poco se yerguen como una brújula marcando el tiempo. El mundo va dibujando de nuevo las cosas, como un pintor prolijo dosificando los cambios, apenas matices, en un rompecabezas de luz que nos rodea. Le acompaña a menudo el sonido, mudando sus hojas, en este movimiento operístico que se despliega. Se suceden los instrumentos como hacen los árboles, los valles, las sierras... con un alarido, con calma, con entrecortada vehemencia; se sobreponen capa tras capa formando una masa espumosa de luz y de voz. De silencio y tiniebla. Yo, tardío, doy la bienvenida ferviente a las cosas como si por abrir los ojos amaneciera. Pero sé que un día se cerrarán mis ojos, y tiniebla, sol y girasoles, caracol, espuma y mareas, tierra y cielo, pájaros y silencio y estrellas, hierba, valles, árboles y sierras y horizonte: mujeres y hombres y voz; sonido y mundo, proseguirán. Sabiendo que un día se cerrarán mis ojos, y me paladeará la tierra.